Pregunta: Juan Andrés Flórez Bermúdez, 11 años.                                                                              

Responde: Juan Gonzalo Gómez Lopera, médico neurólogo.​

Mientras dormimos, nuestro cuerpo se comporta de manera diferente a cuando estamos despiertos: tenemos una postura reclinada, los ojos cerrados, hay una disminución de los movimientos y una respuesta menor a estímulos extremos.

Para estudiar el cuerpo cuando dormimos, los expertos realizan un examen llamado polisomnografía, que registra los cambios en el comportamiento de los ojos, el cerebro, el corazón, los pulmones y los músculos durante las cinco fases del sueño que experimentamos y que se repiten cuando estamos dormidos.

Con la fase uno y dos, inicia el ciclo del sueño; en esta perdemos la conciencia y el control del cuerpo. Los músculos comienzan a relajarse y la frecuencia respiratoria y cardiaca son más lentas; así como la actividad cerebral. Los ojos se mueven lentamente y el estado de alerta del organismo disminuye, aunque es posible despertarse ante estímulos fuertes.

En las fases tres y cuatro, el cuerpo entra en un sueño profundo. La frecuencia respiratoria y cardiaca son regulares y muy lentas, la actividad del cerebro también lo es. Los ojos se mueven y los músculos están muy relajados.

La quinta fase es conocida como REM que, por sus siglas en inglés, significa Movimientos Oculares Rápidos, porque los ojos se mueven en todas las direcciones. El cerebro está en su máxima actividad, incluso más que cuando estamos despiertos. Los latinos del corazón y la frecuencia respiratoria son rápidos e irregulares. Por el contrario, los músculos se encuentran tan relajados que no pueden moverse; el cuerpo está paralizado.

Estas cinco fases conforman un ciclo de sueño; para que una persona duerma bien, se deben repetir de 3 a 7 veces por noche. Además, es necesario que se cumplan los ciclos completos para reparar el cuerpo; si se interrumpen, nos despertaremos cansados.

La cantidad de sueño necesaria para descansar depende de cada persona. En los adultos, el promedio es de 7 a 8 horas y 10 en los niños. Factores genéticos, ambientales y las actividades realizadas durante el día también determinan las horas que debemos dormir.

La edad es el principal factor que afecta la duración de los ciclos. Por ejemplo, los bebés duermen el doble de tiempo de un adulto. En la vejez, disminuye el sueño profundo y se despierta con mayor frecuencia y por más tiempo durante la noche.

Dormir es importante para el cuerpo porque le posibilita descansar y reemplazar lo consumido durante el día, como los nutrientes de las células y los neurotransmisores gastados.

Si nuestro cuerpo no ha descansado lo suficiente durante algunos días, podemos recuperar ese sueño durmiendo por un tiempo más prolongado. Esto es posible gracias al mecanismo homeostático, un proceso de autorregulación del organismo.
Cuando dormimos, nuestra temperatura baja, lo que permite que el cuerpo se refrigere y el corazón descanse. Además, ocurre la reparación de los músculos y la limpieza del cerebro.

Además, al dormir, el cerebro guarda lo aprendido durante el día y se consolida la memoria; esto ocurre en la fase REM.​

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